Matha Alicia Madariaga Rendón
Una de las grandes lecciones que nos ha dejado la emergencia sanitaria por el SARS-CoV2, tal vez la más importante, es que hemos aprendido a darle un valor distinto a la vida. El tamaño de la tragedia nos ha permitido resignificar lo que implica estar vivo, así como las condiciones sociales, económicas y sanitarias en las que nos desarrollamos.
El confinamiento nos confrontó a un pasado que nos limita, un futuro que nos atemoriza, pero también con un presente repleto de esperanzas, el espacio único para trascender nuestra existencia. Así es, un presente que nos ha forzado a mirarnos de una manera distinta. Ahora las pequeñas cosas tienen un matiz diferente: más humano y profundo. Lo cotidiano es ahora un suceso revelador. Lo ordinario es extraordinario.
Uno de estos sucesos cotidianos, que en realidad tiene múltiples implicaciones es la menstruación. Sí, la menstruación, leyó bien, ese periodo que enfrentamos las mujeres en edad reproductiva mes con mes; un tema que solo ha sido abordado desde una perspectiva médica, dejando de lado los aspectos psicoeconocionales, socioculturales, económicos y hasta ambientales que lo rodean.
Un tema que no debiera ser exclusivo de nosotras, sino también de los hombres, especialmente de quienes toman decisiones en los sectores publico, privado y social, pero también de quienes forman parte de un hogar, pues con frecuencia este episodio fisiológico es motivo de burlas, humillaciones, exclusión y discriminación.
Sí señores, hablamos de un tema de agenda pública, un tema que merece su apoyo y que debe ser tratado con toda seriedad y conocimiento de causa, pues además de tratarse de un asunto extremadamente sensible para nosotras las mujeres, tiene enormes implicaciones familiares, laborales y económicas.
De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020, en nuestro país hay 126 millones 14,024 habitantes, de los cuales 64.5 millones son mujeres. Esto es, el 51.2% de la población total. Por rango de edad, la población femenina de 15 a 64 años se incrementó de 64.3% en 2010 a 66.5% en 2020, según información de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Al desglosar esta información, podemos concluir que en tan solo una década, el número de mujeres en edad reproductiva aumentó en casi 2 millones. En condiciones normalidad, es decir sin ninguna patología que prolongue la menstruación, cada mujer mexicana destina en promedio el 4% del ingreso total de la familia en la adquisición de productos necesarios para mantener una higiene adecuada y no estar incómodas durante este periodo. Productos que por cierto no escapan de la voracidad fiscal y son grabados con impuestos.
De acuerdo con datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), una de cada cuatro personas en el mundo menstrúa entre dos y siete días cada mes, lo cual supone que tienen sangrado durante siete años completos de su vida.
Por todo lo anterior, creo que el movimiento feminista, tan activo en los últimos meses en las principales ciudades del país, debiera incluir en su agenda la extraordinaria iniciativa que el año pasado, en plena pandemia, aprobó el Parlamento de Mujeres de la Ciudad de México, con el objetivo de promover lo que atinadamente se definió como una “menstruación digna”.
Más allá de las filias o fobias políticas, la iniciativa merece todo el apoyo feminista y de la comunidad LGBTTTI, pues tiene un noble sentido de inclusión, al considerar, además de las necesidades femeninas, los problemas que en este tema enfrentan los hombres transexuales y las personas no binarias menstruantes. Reconocer la diversidad sexual y acompañar sus demandas y necesidades es un gran avance para lograr la igualdad de género.
Vamos juntas por el reparto gratuito de toallas femeninas, tampones y copas menstruales, principalmente para mujeres, niñas y adolescentes que viven en las calles o privadas de su libertad, para niños y adolescentes transexuales y personas no binarias en escuelas públicas así como por la eliminación el IVA a todos los productos para la gestión menstrual, pues son materiales de de primera necesidad.