Crisis en la UNAM: Legitimidad Estudiantil y el Juego de Intereses

La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) enfrenta una nueva ola de movilizaciones. Paros, tomas de instalaciones y protestas han ocupado las portadas, pero el trasfondo es más profundo: no solo se trata de normas disciplinarias o comedores, sino del tipo de universidad pública que queremos construir.

Demandas con fundamento

Las exigencias que han desatado las protestas son legítimas. La reforma al artículo 15 del Reglamento del Tribunal Universitario, por ejemplo, abría la puerta a sanciones arbitrarias bajo términos vagos como “actos vandálicos”. Su eliminación fue un triunfo del activismo estudiantil.

A esto se suma una demanda urgente: comedores universitarios accesibles. Muchos estudiantes no pueden pagar los precios actuales, lo cual afecta su desempeño y permanencia. El reclamo de comida digna no es caprichoso: es una necesidad básica.

Pero no todo es espontáneo

Aunque las demandas son válidas, no todo en el movimiento responde a una organización democrática y transparente. En algunas facultades, asambleas cerradas, decisiones sin consulta y colectivos con agendas particulares han empañado la legitimidad del proceso.

También se han documentado intentos de manipulación por parte de actores externos, ajenos a la comunidad universitaria, que buscan canalizar la protesta hacia fines políticos. Esta infiltración no es nueva en la historia de la UNAM, pero sigue siendo un riesgo que ensombrece causas genuinas.

Autoridades a la defensiva

Por su parte, la administración universitaria ha actuado más como espectadora que como mediadora. Las decisiones han llegado tarde, cuando la presión ya era insostenible. Esta actitud reactiva contribuye a la desconfianza entre estudiantes y autoridades.

Si la rectoría quiere resolver la crisis de raíz, debe abandonar el modelo vertical y abrirse al diálogo estructurado. No basta con apagar incendios: hay que rediseñar las salidas institucionales al conflicto.

Una crisis de representación

En el fondo, la UNAM enfrenta una crisis de representación. Muchos estudiantes sienten que sus voces no importan dentro de los consejos técnicos o universitarios. Por eso optan por la asamblea, la toma y el paro, porque los canales formales les parecen inservibles; pero estos instrumentos de organización estudiantil se han convertido en espacios antidemocráticos, inseguros y donde se expresa con toda amplitud la cultura de la cancelación y los discursos de odio contra las autoridades, pero también contra estudiantes que piensan distinto al discurso hegemónico de quienes quieren han privatizado “la lucha estudiantil” y excluyen al resto de sus propias escuelas y facultades.

Es momento de preguntarnos: ¿cómo se toman las decisiones estudiantiles? ¿Quién representa realmente a la comunidad estudiantil? ¿Cómo se garantiza la legitimidad de los liderazgos?

¿Y ahora qué?

Este no es solo un momento de protesta. Es una oportunidad para reinventar la UNAM como una institución más democrática, participativa y justa. Pero eso exige algo más que consignas: implica voluntad política, madurez colectiva y una visión compartida del futuro.

Porque lo que está en juego no es solo una norma ni una cafetería. Es la posibilidad de que la universidad pública siga siendo un espacio donde se forjan ideas, no trincheras.


Miguel Ríos Hernández

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