El paro en la UNAM: verdades y mentiras

Hace unos días leía en un estupendo libro sobre violencias de género un planteamiento por demás interesante respecto a las mentiras sociales que han permitido al patriarcado sobrevivir a lo largo de los siglos.

La reflexión iniciaba con una pregunta provocadora, que me permitiré recuperar, porque bien vale la pena retrotraerla para aplicarla al actual paro de actividades que desde hace casi tres meses amenaza el desarrollo académico de una docena de instituciones educativas de la UNAM.

Cito textualmente: “Quien falta a la verdad es un mentiroso, pero ¿quién falta a la mentira? Y esto que simple vista parece un malabar retórico, no lo es, sobre todo cuando la mentira se establece a priori y, por lo tanto, prevalece como referencia para mantener un discurso. 

Nadie en su sano juicio podría descalificar las legítimas exigencias de poner un alto a la violencia de género, en cualquiera de sus manifestaciones. Nadie, tampoco, podría cuestionar la trascendencia social de contar con una plantilla docente profesional y actualizada, que tenga acceso a todas las herramientas pedagógicas y tecnológicas para el adecuado desempeño de su labor, por el cual, obviamente, debiera recibir un salario justo. 

Sin embargo, los activistas que hoy mantienen secuestradas entidades universitarias como las facultades de Estudios Superiores Aragón, Zaragoza, Cuautitlán e Iztacala; las de Ciencias, Economía, Ingeniería y Arquitectura; las escuelas nacionales de Enfermería y Obstetricia, y de Trabajo Social, así como las escuelas nacionales de Estudios Superiores de Mérida y Morelia, no parten de estas verdades irrefutables, aunque atendibles. De hecho, si se revisan las respuestas institucionales a cada uno de los pliegos petitorios -por cierto, casi iguales- se podrá confirmar que ya se atendieron en la mayoría de estos planteles.

En realidad, los activistas sustentan su “movimiento” en una serie de mentiras que, en algunos casos, han sesgado la percepción de la realidad; los cual les ha permitido condicionar y dirigir la lectura de los hechos. 

Con esta estrategia, perfectamente ensayada, han podido promover una mentira como verdad única: que las autoridades han sido indolentes, intolerantes y represoras. Con ello, no solo han logrado mantener vivo el conflicto, sino también han reforzado el constructo social que les permite comportarse de ese modo.

No obstante, esta “verdad” se viene abajo al echar un vistazo por los otros campis universitarios y comprobar que el resto de las escuelas y facultades de la Universidad trabajan con normalidad, y que, si bien abrazaron en principio las demandas originalmente planteadas, aunque no en todos los casos, con el correr de los días sus comunidades corroboraron que estamos ante un montaje burdo, que no conduce a ningún sitio.

En mi opinión, el interés real de estas células es crear un conflicto donde no existe, para luego utilizarlo como moneda de cambio y lograr intereses individuales o de grupo, pero nunca universitarios.  

Por eso su persistencia al descalificar a las autoridades, sembrando la duda sobre su honorabilidad, la legitimidad de sus decisiones e, incluso, hasta la validez de sus salarios, comparándolos, sin ningún rigor metodológico, con los que perciben profesoras y profesores de asignatura que imparten algunas clases a la semana.  

Y este guión se repite al pie de la letra en todas las asambleas paristas. No es un dato menor ¿eh?, ya que pone al descubierto que quienes dicen movilizarse espontáneamente ante la problemática que vivió el profesorado por el retraso involuntario en sus pagos, están perfectamente adoctrinados, se mueven en bloque y tienen un objetivo claro: acorralar a las autoridades universitarias y cumplir con las exigencias de sus promotores. Porque no tengo duda de su existencia. 

Para responder la pregunta planteada en un inicio; tal vez, quién falta a la mentira, es un parista cuya estrategia ha sido descubierta. Al tiempo. 

Foto: Infobae.com

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