El pulso inquieto de la UNAM: más allá de los paros

“La universidad no es un remanso de paz, sino un campo de batalla intelectual.” – Miguel de Unamuno

Y vaya que la necesidad de renovación parece estar tocando con fuerza las puertas de la UNAM últimamente. Los paros, esa herramienta de presión tan intrínseca a la historia de nuestra máxima casa de estudios, han vuelto a marcar la agenda en diversas preparatorias, CCHs, facultades y escuelas este año. Para el observador casual, podría parecer un déjà vu, una repetición de ciclos de protesta que van y vienen. Pero, como suele suceder, la superficie agitada a menudo esconde corrientes más profundas y complejas. El presente artículo, busca entender sin filias ni fobias, pretende abrir la conversación sobre lo que está sucediendo bajo ese agitado oleaje.
Para los analistas bisoños, es fácil caer en la tentación de simplificar la situación, y ver a los “revoltosos” contra la “institución inflexible”. Pero la realidad, como siempre, se niega a encajar en moldes tan simples. Las demandas de los estudiantes varían de plantel en plantel, pero si uno se toma el tiempo de escuchar y leer lo cotidiano, emergen algunos hilos conductores que merecen un análisis más relajado. Y dos de ellos, que no los únicos, han resonado con particular fuerza, son la demanda de comedores subsidiados y la exigencia de reformas al Tribunal Universitario.
Hablemos primero de los comedores. Para algunos, puede sonar a una petición menor, casi un lujo. Pero si nos detenemos a pensar en el contexto, la cosa cambia. En un país con las desigualdades que conocemos, y con una inflación que aprieta los bolsillos de las familias, el acceso a una comida nutritiva y asequible puede ser, literalmente, la diferencia entre que un joven pueda continuar sus estudios o tenga que abandonarlos. No es solo llenar el estómago; es garantizar una condición básica para el aprendizaje y la permanencia. La UNAM, con su vocación social, siempre ha buscado mecanismos de apoyo, pero la demanda actual parece apuntar a una necesidad más estructural y extendida. El reto para la institución, claro está, es monumental tan sólo para el sistema de bachillerato UNAM. ¿Cómo financiar de manera sostenible un programa de esta envergadura sin desviar recursos de otras áreas igualmente cruciales? ¿Es un gasto o una inversión estratégica en su propio alumnado?
El otro gran tema, la reforma al Tribunal Universitario, toca una fibra distinta pero igualmente sensible: la justicia y la confianza. Las críticas al funcionamiento actual del Tribunal no son nuevas, pero se han agudizado, especialmente en lo referente a la atención de casos de violencia de género. Se habla de procesos lentos, de sanciones que a veces no se perciben como proporcionales o reparadoras, y de una sensación general de que el mecanismo no siempre responde con la celeridad y la empatía que las víctimas requieren. Reformar un órgano de justicia interna es un asunto delicado. Implica equilibrar la autonomía universitaria con el debido proceso, la agilidad con la rigurosidad, y la necesidad de sancionar con la posibilidad de construir una cultura de prevención y respeto. Aquí, la universidad se enfrenta al desafío de modernizar sus estructuras para responder a sensibilidades y exigencias de transparencia y rendición de cuentas que son, por cierto, un reflejo de lo que ocurre en la sociedad en general.
Estos dos puntos, comedores y reformas, aunque aparentemente dispares, comparten un elemento que subyace, que es la percepción de una brecha entre las necesidades y expectativas de una parte importante de la comunidad estudiantil y la capacidad de respuesta de la estructura institucional. No se trata, insisto, de buscar culpables, sino de entender la dinámica. La UNAM, es un organismo complejo con tendencias e inercias propias de su tamaño e historia. Los jóvenes universitarios, por otro lado, viven un presente que exige respuestas más ágiles, más directas, y a menudo están imbuidos de un idealismo que choca con la burocracia o, que lo perciben con cierta lentitud.
Vivimos tiempos de cambio acelerado, de una mayor conciencia sobre derechos y de una menor tolerancia a lo que se considera injusto o ineficiente. La universidad no es una burbuja; es un espejo donde se reflejan las tensiones, las aspiraciones y también las frustraciones del país. Lo preocupante no es el conflicto en sí mismo, la universidad siempre ha sido, y debe ser, un espacio de debate y tensión creativa, sino la posibilidad de que el diálogo se estanque, que las posiciones se polaricen al extremo y que la parálisis termine por afectar la misión fundamental de la institución.
Este primer acercamiento es solo eso, un atisbo. Quedan muchos ángulos por explorar, el papel de las autoridades, la diversidad de voces dentro del propio movimiento estudiantil, el impacto académico de los paros, y cómo estas dinámicas se insertan en un panorama político más amplio.
Si tuviera que aventurar una hipótesis inicial para esta serie de acontecimientos que estamos presenciando, diría que quizás estos paros, más que eventos aislados o simples repeticiones del pasado, son la manifestación sintomática de una necesidad de ajuste profundo entre las expectativas de una nueva generación de estudiantes, más conectada, más demandante, más consciente de sus derechos, y las estructuras, a veces anquilosadas, de una institución centenaria que, como todo organismo vivo, necesita adaptarse para seguir siendo relevante y cumpliendo su vital misión en un mundo en vertiginosa transformación. Una adaptación que, como trataremos de analizar, no está exenta de sorpresas y desafíos.

Dario Leyva Cos

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