La paradoja de la ENTS; o de cuando la ‘lucha’ elige a sus víctimas

“En tiempos de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”. – Atribuida a George Orwell.

Las mesas de trabajo en la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) se han convertido, una vez más, en el escenario de un drama que oscila entre la demanda legítima y la retórica inflamada, pero de cimientos endebles. La reciente recuperación de las instalaciones por parte de la administración, tras un mes de paro estudiantil, no es un hecho aislado, sino la consecuencia previsible de una serie de posicionamientos y acciones por parte de los alumnos organizados que, paradójicamente, minó la credibilidad de su propia “lucha”.
El detonante oficial, según el comunicado de la ENTS, fue un “incidente en el sanitario del edificio B que hizo sentir en riesgo a una persona del sexo femenino”, sumado a la “presencia de personas ajenas al plantel”. La administración, con la lógica institucional de su lado, argumentó que no había condiciones para que los alumnos organizados garantizaran la seguridad, especialmente tras una votación (cuestionada en su representatividad por los paristas) que favorecía el fin del paro.
Aquí es donde la narrativa se bifurca y la crítica se vuelve necesaria. El colectivo “Corazones Negros ENTS” calificó la acción como “violencia institucional” y “rompimiento del paro”, acusando a la dirección de utilizar a “colectivos cooptados” para desarticular el movimiento. Lo que omiten en su airada proclama es el pequeño detalle de que el incidente de inseguridad ocurrió bajo su guardia.
La situación se torna aún más turbia al analizar los comentarios vertidos en redes sociales, en donde se lanzaron acusaciones directas y gravísimas, en donde advirtieron del doble discurso de los paristas al defender casos anónimos de funas sin sustento además de subir fotos de los presuntos agresores y repudian minimizar el sentir de las víctimas, pero ahora se manejan de forma contraria al estar frente a sentir de una de sus compañeras viéndola llorar y la ignoran.
Esta expresión expone una fractura ética fundamental en el corazón del movimiento parista. ¿Cómo puede un grupo que enarbola la bandera de la justicia y la protección contra abusos, minimizar o incluso defender a un presunto agresor si este forma parte de sus filas o simpatiza con su causa? La famosa frase de Orwell cobra aquí una relevancia escalofriante: parece que todas las víctimas son iguales, pero algunas víctimas (las que señalan a los “nuestros”) son menos iguales que otras. Esta selectividad moral es el talón de Aquiles de cualquier movimiento que aspire a una legitimidad amplia.
La crítica a la cerrazón de los paristas no es nueva. Una usuaria de las redes sociales comenta: “(en) Todas las asambleas pasa esto, no se llega a nada porque las compañeras del paro vuelven a su posición y no respetan ni las votaciones ni la atención a sus peticiones por parte de la escuela”. Y añade, sobre la seguridad: “si están identificados pero les están diciendo que por su propia seguridad no metan gente ajena a la escuela”. Esto sugiere una inconsistencia flagrante entre el discurso de autogestión segura y la realidad de un control poroso.
La postura de los alumnos organizados, en general, adolece de una falta de pragmatismo. Exigen, por ejemplo, una réplica de la información de transparencia ya existente en el portal UNAM, en el sitio local de la ENTS, desestimando la accesibilidad y validez del sistema mayor. Piden la no criminalización de la protesta, pero algunas de sus expresiones, como las pintas o la retórica confrontacional, pueden ser interpretadas por otros sectores como actos que exceden la protesta legítima.
La iconoclasia, un elemento a menudo presente en la protesta estudiantil, se desdibuja cuando no se acompaña de propuestas viables o cuando se percibe como un fin en sí mismo. La administración, por su parte, parece haber capitalizado los errores y las contradicciones de los paristas. El incidente del baño, sumado a la votación, les proporcionó la justificación necesaria para retomar el control, enmarcando su acción en la necesidad de garantizar la seguridad que los propios paristas no pudieron, o no supieron, asegurar.
En última instancia, la recuperación de la ENTS por la administración no es solo el resultado de una votación o un incidente aislado. Es el corolario de un movimiento que, en su afán de resistencia y en su discurso de victimización, parece haber perdido de vista la coherencia interna, la responsabilidad sobre sus propios actos y, lo más preocupante, la capacidad de proteger a todas las víctimas, sin importar de qué lado del conflicto se encuentre el presunto agresor. Cuando la “lucha” se vuelve selectiva en su empatía, comienza a devorar su propia legitimidad. Y eso, para cualquier movimiento que se precie de transformador, es una herida autoinfligida de consecuencias impredecibles.

Dario Leyva Cos

Deja un comentario