“La universidad, (…) ha de estar abierta al paisaje entero de la época.” – José Ortega y Gasset, Misión de la Universidad.
Si bien el reciente “Pliego Petitorio” de la Asamblea Estudiantil Interuniversitaria de la UNAM es, sin duda, un documento que refleja una energía y una capacidad de articulación notables por parte de un sector estudiantil, no podemos obviar que su lectura también despierta serias interrogantes sobre la viabilidad, la coherencia y, en última instancia, el impacto real que un catálogo tan vasto y maximalista de exigencias puede tener sobre la institución. Analizarlo desde una perspectiva crítica no implica desestimar las preocupaciones de fondo, sino ponderar si el remedio propuesto no podría, en algunos casos, resultar más problemático que la enfermedad.
El documento, fechado el 5 de mayo de 2025, es un compendio de nueve ejes que abarcan desde lo íntimo (salud menstrual, pronombres) hasta lo geopolítico (ruptura con Israel). Es precisamente esta amplitud la que genera una primera reflexión crítica: ¿es la universidad el foro adecuado y con la capacidad real para resolver tal espectro de problemáticas, algunas de las cuales exceden con mucho su mandato y sus recursos? Pedir comedores subsidiados a precios casi simbólicos es comprensible en un contexto de precariedad, pero ¿se ha hecho un análisis financiero serio y sostenible de cómo la UNAM, ya presionada presupuestalmente, podría asumir tal carga sin sacrificar otras áreas esenciales como la investigación o la calidad docente?
La exigencia de disolver el Tribunal Universitario y el rechazo tajante a las reformas que buscan sancionar el “vandalismo” son puntos especialmente delicados. Si bien la desconfianza en los mecanismos de justicia interna es palpable y las preocupaciones sobre la criminalización de la protesta son legítimas, la alternativa de una disolución sin una propuesta clara y consensuada de un sistema sustituto que garantice el debido proceso para toda la comunidad –incluyendo a aquellos que no participan en los paros y ven afectados sus derechos a la educación– suena más a un anhelo de desmantelamiento que a una reforma constructiva. ¿Cómo se mediarían los conflictos, se sancionarían faltas graves o se protegerían los derechos de todos sin un marco normativo y un órgano aplicador, por imperfectos que sean los actuales?
El Eje 1, Género, aunque lleno de demandas válidas y necesarias en muchos aspectos, también muestra una tendencia a la microgestión y a la imposición de una visión particular. La exigencia de clases obligatorias de género desde iniciación universitaria hasta el final, la revaluación de todos los planes de estudio bajo esta perspectiva, y la creación de Bibliotecas Violeta en cada plantel, si bien bienintencionadas, ¿no podrían interpretarse como una forma de adoctrinamiento o, al menos, como una carga curricular y logística desproporcionada? ¿Dónde queda la libertad de cátedra o la diversidad de enfoques teóricos si una sola perspectiva se vuelve mandatoria y omnipresente?
Los derroteros que este pliego sugiere para el movimiento estudiantil, vistos con una lente más escéptica, son preocupantes:
1. La ilusión de la omnipotencia universitaria: Parece haber una creencia de que la UNAM no solo puede, sino que debe solucionar problemas estructurales de la sociedad (desigualdad económica, crisis de desaparecidos, política exterior). Si bien su papel como conciencia crítica es innegable, atribuirle la capacidad de resolverlo todo puede llevar a la frustración y a desviar el foco de sus responsabilidades primordiales: la docencia y la investigación de calidad.
2. El riesgo de la parálisis por la pureza ideológica: La postura de “todo o nada” que a menudo se infiere de pliegos tan extensos y la condena a cualquier forma de colaboración con entidades consideradas “cómplices” (como Google o Microsoft, cuya infraestructura tecnológica es hoy casi indispensable para cualquier universidad moderna) pueden llevar a un aislamiento contraproducente. ¿Es realista pensar que la UNAM puede operar en una burbuja, desconectada de las herramientas y las realidades del mundo contemporáneo, por más críticas que estas sean?
3. La táctica del desgaste: Los paros, como se mencionó en el artículo anterior, son una herramienta histórica. Sin embargo, su uso prolongado o recurrente para presionar por un abanico tan amplio de demandas, muchas de ellas de compleja o costosa implementación, tiene un efecto adverso sobre la mayoría silenciosa de estudiantes que sí desean continuar con sus clases, sobre la investigación y sobre la propia imagen de la universidad como un espacio de producción de conocimiento. ¿Se pondera suficientemente este costo-beneficio?
4. ¿Representatividad real o vanguardia autoerigida?: Aunque la “Asamblea Estudiantil Interuniversitaria” se presente como la voz del estudiantado, es válido preguntarse qué porcentaje real de la vasta comunidad universitaria se siente plenamente representado por cada una de las demandas y tácticas. La dinámica de asambleas a menudo favorece a los grupos más organizados y vocales, no necesariamente a la mayoría.
En lugar de construir un “proyecto de universidad politizado”, como se sugería con optimismo antes, este tipo de pliegos maximalistas corre el riesgo de convertirse en un catálogo de utopías que, al chocar con la dura realidad de las limitaciones institucionales y los equilibrios necesarios en una comunidad plural, termine generando más división y estancamiento que transformación real.
La UNAM, ciertamente, necesita escuchar y adaptarse. Pero el diálogo constructivo requiere no solo de la voluntad de la institución, sino también de un sentido de realismo, pragmatismo y una disposición al compromiso por parte de quienes exigen cambios. De lo contrario, la universidad podría verse atrapada en un ciclo de demandas crecientes y paros recurrentes, donde la búsqueda de un ideal inalcanzable impida alcanzar mejoras posibles y necesarias. El desafío está en encontrar ese difícil equilibrio entre la aspiración legítima y la acción sensata.
Related Posts
Crisis en la UNAM: Legitimidad Estudiantil y el Juego de Intereses
La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) enfrenta una nueva ola de movilizaciones. Paros, tomas de instalaciones y protestas han ocupado las portadas, pero el trasfondo es más profundo: no solo se trata de normas disciplinarias o comedores, sino del tipo de universidad pública que queremos construir.
MUJER Y POLÍTICA
Hace 150 años, en 1871, para ser exactos, la palabra feminismo se utilizó por primera…
Rosa Zárate: La enfermería sienta cátedra en la academia nacional de Medicina
"Con gran satisfacción nos permitimos felicitarle por el alto honor de haber sido aceptada como…